¿Qué pasaría si nuestros padres estuvieran tristes no sólo porque se hacen mayores?

La depresión es una de las enfermedades mentales más habituales durante la vejez.

El hecho de que la vejez sea aceptada como una propiedad de los síntomas depresivos tanto por los familiares de los pacientes como por los médicos es uno de los factores que dificultan el reconocimiento de la depresión. 1

Los cambios biológicos y psicológicos causados por el envejecimiento se manifiestan lentamente durante años o décadas y no existe un límite de edad concreto a partir del cual las personas puedan ser consideradas como ancianos/as. 

Por lo tanto, normalmente, los pacientes ancianos con depresión no informan de estados de ánimo deprimidos, sino que presentan síntomas menos específicos como insomnio, anorexia y fatiga. 

Aunque las personas mayores a veces descartan la depresión menos grave como una respuesta aceptable al estrés vital o al cansancio, es una causa común de discapacidad, y entre sus consecuencias se encuentran la reducción de la satisfacción y la calidad de vida, la privación social, la soledad, el aumento del uso de servicios sanitarios y de atención domiciliaria, el deterioro cognitivo, las deficiencias en las actividades de la vida diaria, el suicidio y el aumento de la mortalidad no suicida. 

Por desgracia, varios estudios demuestran que los ansiolíticos y los hipnóticos se prescriben habitualmente a los pacientes ancianos deprimidos en lugar de los antidepresivos. Pero la depresión no es ansiedad, no es un trastorno del sueño, es una enfermedad mucho más impactante y compleja que necesita ser tratada adecuadamente. 

La depresión nunca es una parte normal del envejecimiento.

Envejecer en paz es un derecho de nuestros seres queridos que debemos proteger. Hay que brindarles todo el apoyo que necesitan para poder disfrutar de sus hijos, nietos, la jubilación y los placeres que incluso esta etapa de la vida es capaz de ofrecer.

Hablemos con nuestros padres y preguntemos a nuestro médico.